Julia

Como siempre solo, me senté de cara a la pared. Mientras esperaba que llegara la comida, comencé a jugar una partida de ajedrez en la tableta. Desde luego, en el nivel principiante: es casi imposible perder; la máquina está programada, creo, para dejarse ganar. Y yo necesitaba ganar a algo.

Se sentaron detrás cuando yo había comenzado con el revuelto de ajetes. Hacía un día de sopa, pero lo que sirven en esos restaurantes es poco más que agua caliente, fideos mal cocidos y Avecrem. Al principio no presté atención a lo que decían, no me interesaba. Hablaban de una compañera de trabajo, de una conocida que se iba a casar. Tal vez dijeron que se llamaba Julia o Cristina, pero no estoy seguro.

—Sí, me enteré hace dos o tres semanas. Iba a pedir el permiso.

—No me lo creo. No me lo creo.

—Yo tampoco.

—…

—¿Le conoces?

—No. Me lo presentó. Tiene una pinta.

—¿Sabe él que…?

Siguieron hablando durante un rato. Llegó el escalope, dejé que el ordenador matara mi reina, devoré el escalope, dejé el tablero sin piezas negras y gané la partida. Me tomé el postre y salí. Al pasar a su lado les lancé una mirada. Una de ellas tenía el mismo aspecto que de Julia se había formado en mi mente. Para mí, ella es Julia.