Doctrina Hallstein


“Me gusta tanto Alemania que prefiero que haya dos.” Ingeniosa frase, que se ha atribuido a los franceses Clemenceau, Mauriac y Mitterrand, al polaco Gierek, al suizo Dürrenmatt. Quizá hubieran preferido los 39 Estados de la Confederación Germánica: un imperio, cinco reinos, un principado electoral, seis grandes ducados, doce ducados, un landgraviato, cuatro ciudades libres y nueve principados. Tres siglos antes, en época de Carlos V, había no sólo territorios y ciudades independientes, sino también caballeros que no tenían que rendir cuentas a nadie. Los alemanes, empero, se empeñaban en querer una sola Alemania.

Después de la guerra se sucedieron largos años de gobierno de la CDU-CSU. Walter Hallstein, ministro de Asuntos Exteriores, fue el impulsor de esta doctrina, que partía de la falaz premisa de que sólo había una Alemania. La República Federal de Alemania no podía tener representación diplomática en ningún país ni organización internacional que reconociera a la RDA. Las dos Alemanias sólo compartían embajada en un país: la URSS. La Alemania federal se apropió de los países occidentales y sudamericanos, y poco a poco, laboriosamente, fue ganando con sus marcos a los países africanos. En los años 70, la RDA mantenía relaciones diplomáticas con los países del bloque oriental, por supuesto, con Cuba, Argelia, Egipto, Congo-Brazzaville, Siria, Iraq, Vietnam del Norte. Gastaban menos en embajadas que Baviera (léase, si se quiere, Cataluña).

Willy Brandt acabó con la Doctrina Hallstein, pero Helmut Kohl, implícitamente, reconoció su vigencia en 1990, cuando la RFA anexionó la RDA, la devoró y, después de una media digestión, la gargajeó, la regurgitó convertida en seis nuevos Länder. Mitterrand al menos se consolaba pensando que seguía habiendo dos Alemanias: Austria todavía era un Estado independiente.