Se despertó de repente. Cuando trató de incorporarse, se sintió dolorido. Lo logró después de unos instantes. Se hallaba en una habitación cerrada, sin ventanas, iluminada por una bombilla vacilante. Al levantarse, se dio cuenta de que tenía una cadena fuertemente sujeta en el pie derecho. Era holgada, para no hacerle daño ni provocarle ninguna herida, pero no lo suficiente como para que intentara sacársela. De todos modos, aunque lo lograra, ¿para qué le serviría? Que la cadena salía directamente de la pared le hizo pensar que alguien se había tomado muchas molestias. Trató de buscar alguna puerta, pero sólo vio una trampilla en el techo. Supuso que se encontraba en un sótano.
El suelo era de cemento, pero las paredes habían sido enlucidas. No estaban pintadas. No había ningún cuadro en ellas. Pensó que debería pedirles que trajeran un póster. Cerca del techo había una pequeña rejilla.
Todo el mobiliario lo componía el minúsculo catre, una mesita de noche, sobre la que vio sus medicinas, una silla y una mesa de trabajo, donde reposaba una vieja máquina de escribir y un paquete de folios. Hacía años que no utilizaba una así. Los muebles parecían de esos que se compran para ser armados en casa.
Trató de recordar. Había asistido a un acto en la biblioteca de… y después había regresado al hotel. Tenía que coger un avión por la mañana, por lo que había avisado de que lo llamaran a las cinco de la mañana.
¿Quiénes lo habían hecho? Durante años había temido a los nigerianos, pero decididamente aquello no lo habían hecho ellos.