Dentistas



Bismarck, con ese humor que durante medio siglo siguieron admirando prusianos en particular y alemanes en general, decía que en eso de ir al dentista el peor momento ha pasado cuando ya estamos en la consulta. Es lo que yo llevaba evitando durante dos, tres años. Cuando por fin me decidí, la clínica a la que había ido la última vez, justo al lado de mi piso, había cerrado a causa de la crisis: la gente prefiere gastar sus últimos céntimos en otras cosas, no en sus dientes. Durante meses, estuve barajando muchas posibilidades: acudir a un odontólogo particular, con consulta en un piso, a la compañía en que estoy asegurado, a una franquicia con presencia en todo el país. Así llevaba más de dos años cuando el otro día noté algo duro en la boca: un trozo de empaste. Ya no podía posponerlo más.

Esta misma mañana he ido a la consulta, fastidiando un día que planeaba dedicar por entero a la lectura. Por la calle me he encontrado con mi hermano, que me ha invitado a un café. No le he dicho nada del dentista. Después de deshacerme de él y de callejear durante un rato, he entrado en la consulta. La recepcionista estaba cogiendo una llamada.

—¿Es la primera vez?

—...

—Sí, la limpieza es gratuita.

—...

—A ver qué día puedo darle cita.

Mientras escuchaba me di cuenta de que yo también podía haber pedido la cita por teléfono. Hubiera sido más fácil. Después me llamó la atención eso de la limpieza gratuita. Me dieron ganas de salir de allí: si te limpian la boca gratis es porque esperan sacarte el dinero de otra manera. Pero me toqué con la punta de la lengua el agujero que tenía entre las dos muelas y pensé que yo no podía escapar.

Para terminar de aprovechar la mañana, fui a hacer las compras en el Mercadona. Cuando salía me encontré con un antiguo compañero con el que antes me detenía a hablar y al que ahora evitaba. No es mala persona, nada de eso, pero vive sólo en la ciudad, como por otra parte yo mismo, y siempre se empeña en estar en la calle. Pasé a su lado fingiendo no haberle visto. Hace varios años me encontré con él y no pude zafarme; no tengo ese anillo que le permitía a Bilbo evitar los encuentros embarazosos. Comenzó a decirme que venía del dentista y me habló de los empastes que le habían colocado. Hasta quiso mostrarme su boca. Le dije que no me interesaba nada del asunto. Curiosamente, si al final me decidí por esa consulta fue porque me habló de una odontóloga echada sobre él, con las manos metidas en su boca...

Jennifer Aniston, una bella dentista