Guerra del Opio (1839-1842) |
Defendía Adam Smith el libre comercio entre las naciones, pero, ay, siempre que la balanza fuera positiva para Gran Brutaña. A comienzos del siglo XIX, los brutánicos compraban porcelana, seda, té chinos; sólo vendían opio, que a los súbditos del Hijo del Cielo les gustaba tomar.
Había un problemilla: ¡el opio era una droga! Los fumadores de opio eran seres miserables, gusarapos que para nada servían, sólo para chupar una boquilla. En 1829, el Trono del Cielo decidió prohibir el consumo de opio y, desde luego, su importación. Los codiciosos usureros de la plaza Paternoster se indignaron: ¡qué vergonzoso ataque al libre comercio! Lógicamente, el gobierno brutánico pidió al Trono del Cielo que cambiara de política, le amenazó, le declaró la guerra al Trono del Cielo, que tan arteramente estaba castigando a sus honrados comerciantes. Triunfó la técnica sobre el número, las cañoneras, los cañones occidentales, y el Trono del Cielo tuvo que consentir en continuar importando opio, en importar más opio del que se había consumido nunca. “La oferta crea su propia demanda”, dijeron los negociadores.
Años después, hubo que recordar al Trono del Cielo que no podía atacar el libre comercio. Esta vez, Gran Brutaña no estaba sola: Napoleón II, perdón, III, Napoleón III protegía también el libre comercio de ese fiero yerbajo.
Fumadores de opio |