Cifras y datos


Hace unos días, cuando estaba escribiendo sobre el islote de Kardak, me desesperaba porque no encontraba el dato preciso. ¿A qué distancia está del continente? ¿A cinco kilómetros? ¿A cuatro y medio? Nada, no había manera.

Me gustan los números, son una especie de asidero, aún cuando presienta su falsedad. De hecho, debo reconocer que a mí me gusta deslizar cifras falsas. No, barbaridades, como que Nueva Zelanda tiene veinte millones de habitantes, sino pequeñas exageraciones. Desde luego, en mis datos falsos no existe esa malicia que había en las gloriosas estadísticas oficiales de los planes quinquenales; sólo pretendo epatar un poco. Después de todo, yo no trabajo ni para el Instituto de Estadística de Andalucía ni para Eurostat.

En cualquier caso, los datos soviéticos no resultaban tan irrisorios y absurdos como los ofrecidos por los estadounidenses: en ese avión caben siete millones de pelotas de golf; si se extendiera, el cable llegaría de Tallahassee a Anchorage; hay suficiente agua como para dar de beber a la población de Flint durante setecientos cuarenta y siete años y cinco meses.