Bonnie Clutter



Su marido confiaba en que se recuperaría. Los médicos habían encontrado por fin el origen de la enfermedad de Bonnie Clutter: no tenía nada en la cabeza, sino que la raíz de sus males estaba en la columna, desviada. No creo que fuera así. Entiendo a la señora Clutter. Se había casado un cuarto de siglo antes con un hombre enérgico, acostumbrado a conseguir lo que quería. Herb Clutter no perdía el tiempo en tonterías, "siempre obsesionado con la prisa, precipitándose a recoger su correo sin tener nunca un segundo, corriendo de acá para allá." Bonnie era muy diferente, apacible, soñadora. Gran amante de la lectura, estaba suscrita al Ladies' Home Journal, al McCall's, al Reader's Digest, al Together. Podemos imaginar a Herb apartando de manera displicente todos esos folletos; él sólo hojeaba los libros de cuentas. Llegó un momento en que la señora Clutter ya no pudo aguantar más y se refugió en su enfermedad. Pasaba gran parte del día en la cama, a oscuras, rumiando el pensamiento de que no estaba a la altura de su marido. Su profunda religiosidad impedía que la señora Clutter tratara de escapar de la prisión de River Valley. Llegó a pasar unos meses fuera, en Wichita, trabajando, feliz, completa, pero sus remordimientos le obligaron a regresar: era "poco cristiano" vivir alejada de la familia.



De alguna manera, Perry Smith y Richard Hickock también se rebelaban contra el éxito de gente como Herb Clutter. Ellos eran inteligentes, habilidosos, pero nunca habían salido de la pobreza. Para ellos, la prosperidad alcanzada por Herb Clutter era un insulto. “Si se le maltrata, nunca lo olvida”, escribió el padre de Perry. Los triunfadores como Herb Clutter, gente a lo que todo le había sonreído en la vida, maltrataban a Perry, que creía merecer algo mejor.



Desde que lo leí por vez primera, hace seis o siete años, me he convertido en fanático del libro de Capote. Me apresuré a comprar la edición de Anagrama en Letras Universales. En La Casa del Libro lo conseguí en inglés. Tengo el volumen de Anagrama lleno de subrayados, anotaciones. Dibujé un mapa de Kansas, en el que marqué la geografía del horror: Holcomb, Garden City, Olathe, Kansas City, Lansing. Cada vez que leo el libro, van cambiando mis simpatías: hubo un tiempo en que me gustó Perry y odiaba a Dick, que le delató; el señor Clutter, parapetado siempre en sus fe metodista, sólo me llamó la atención al principio; Myrtle resulta una mujer bastante curiosa; me admira la benignidad de Josie Meier siempre; me fascina la sensibilidad del agente Dewey. La última vez, me atrajo la figura de Bonnie Clutter, encadenada a una vida de la que no podía escapar; sentí lástima por ella.