Stefan Zweig y Sándor Márai


Stefan Zweig y Sándor Márai, escritores burgueses. Fueron contemporáneos, que no coetáneos. Nacieron en el Imperio Austro-Húngaro, en la fastuosa Cacania, que entonces parecía perenne. Bibliófilos tenaces, el destierro les obligó a renunciar a sus bibliotecas: seis mil volúmenes llegó a tener Márai en su piso de Buda; algunos miles más Zweig en su casa de Salzburgo, además de valiosos documentos autografiados. Ambos se quitaron la vida un 22 de febrero, apenas unos años antes de que se desmoronaran los regímenes que les habían convertido en exiliados: tres años le faltaron al escritor vienés para ver el fin del Reich milenario; por dos años no asistió Márai a la caída del Imperio soviético. Uno era judío, pero se consideraba por encima de todo un europeo; el otro se sentía húngaro "en cuerpo y alma", aunque su familia procedía de la Alta Sajonia.



Stefan Zweig no luchó en la primera guerra mundial, gracias a “un examen médico benevolente”; tenía la nacionalidad austriaca, pero era un enamorado de la cultura francesa y de la literatura rusa. Acabó sirviendo en una oficina. En los años 20, se convirtió en un escritor de éxito, aunque Baroja, cuya pluma a veces cicateaba, nunca entendió esa fama. “¿Por qué ese Stefan Zweig, por haber hecho algunas cuantas biografías corrientes y vulgares, ha tenido una fama universal tan grande? Eso es algo que no se comprende bien.” No, Zweig no sólo hizo biografías. Escribió novelas cortas maravillosas (Mendel el de los libros, La novela del ajedrez). Marcel Reich-Ranicki, aunque lo considera un libro de entretenimiento juvenil, muestra su agradecimiento a Momentos estelares de la humanidad; el capítulo dedicado a Dostoievski, asegura, le ayudó a mantener la esperanza en el gueto de Varsovia. Algunas biografías suyas son magníficas, la que dedicó a Fouché. Castalión contra Calvino es quizá una de las mejores obras que se han escrito a favor de la tolerancia.

Los años 30 fueron difíciles: Strauss tuvo que retirar una ópera cuyo libreto había escrito Zweig, fueron prohibidos sus libros, abandonó Austria, dejó de publicar. "Debo confesar que me resultó más fácil abandonar patria y hogar que dejar de ver la familiar marca de imprenta en mis libros." Se refugió en Francia, en Gran Bretaña. Ni siquiera en este país se sintió seguro. Acabó huyendo a Brasil. Allí terminó de escribir sus memorias, El mundo de ayer. Creía que la vieja Europa había muerto para siempre. "He sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo." Dejó de tener fe en el futuro.

La noche del 22 de febrero de 1942 tomó una dosis letal de veronal. Dejó una nota de suicidio, en que aseguró que no podía seguir soportando la destrucción del hogar espiritual europeo. “Empezar todo de nuevo a los sesenta años requiere poderes especiales, y mi propio poder se ha gastado después de tanto tiempo de vagar sin hogar. Prefiero poner fin a mi vida en el momento adecuado, como un hombre para quien el trabajo cultural ha sido siempre su más pura felicidad y la libertad personal, el más preciado de los bienes de esta tierra. Le envío un saludo a todos mis amigos: Que vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, que estoy más impaciente, me adelantaré.” Su joven esposa, Charlotte Altmann, le acompañaba.



Sándor Márai nació en Kassa, localidad que en 1919, convertida en Košice, pasó a formar parte de Checoslovaquia. Por aquella época él ya vivía en Buda, la ciudad de sus sueños, el centro de su mundo. Comenzó a escribir joven y alcanzó fama temprana. En los años 30, era uno de los escritores húngaros más reconocidos.

Cuando comenzó la guerra mundial se sintió desfallecer: “Comienza a oscurecerse el hermoso paisaje que era mi segunda casa, Europa”. Hungría acabó entrando en la guerra del lado de Alemania (después de que unos misteriosos aviones bombardearan Kassa, de nuevo una ciudad magiar). En 1944, los alemanes ocuparon el país. El horror de aquella invasión duró unos pocos meses. Cuando regresó a su piso de Buda después de la huida de los nazis, lo encontró destruido por las bombas; sólo pudo rescatar un libro (El cuidado de los perros en el hogar burgués) y una copia enmarcada de la famosa foto de Tolstói y Gorki en Yásnaya Poliana. Los soviéticos dejaron pronto de ser vistos como liberadores: su llegada supuso "la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida".

Márai trató de seguir viviendo en su país, pero pronto la idea le resultó absurda: comunismo y literatura (literatura burguesa) eran incompatibles. Su obra fue prohibida. “La literatura húngara era grande, más grande que la nación.” Huyó a Italia y, posteriormente, a Estados Unidos. Escribió sus memorias, ¡Tierra, tierra!, en las que describió la invasión y ocupación soviéticas. Se planteó aprender inglés, como ya había hecho Arthur Koestler (Artúr Kösztler) y como años después haría Stephen Vizinczey (István Vizinczey); demasiado viejo, empero, para empezar a redactar en otra lengua, "el único idioma que soy capaz de utilizar para escribir es el húngaro". El exilio le alejó no sólo del mundo que había retratado en sus obras, sino también de los pocos millones de personas que hablaban su lengua materna y que podían leerle.

Poco a poco fue olvidado. Márai envejeció solo, rodeado de incomprensión en un país que siempre consideró extranjero. "Yo había sido y seguía siendo un burgués (aunque bajo la forma de una caricatura), y todavía lo soy, un burgués viejo en una patria que me resulta extraña." En política, siguió odiando el bolchevismo hasta el final, y se mostró en contra de la détente: le enfureció que el presidente Carter entregara a los comunistas la Corona de San Esteban. Pasó sus últimos años enfermo. Se suicidó, como Zweig, un 22 de febrero.

El fin del régimen comunista sacó del olvido la obra de Márai. Se han rescatado sus novelas, se leen con nostalgia: El último encuentro, Confesiones de un burgués, Divorcio en Buda.