Génesis 3, 19


El fisgoneo malévolo de Eva, la curiosidad indiferente de Adán, el cósmico enfado de Dios. Como resultado, aquella atroz maldición: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente.” El hombre abandonó el jardín de Edén, o acaso Jehová lo convirtió en un erial, en el que sólo crecerían “espinos y cardos”.

Desde entonces, siempre ha habido quien ha procurado eludir el castigo divino: vagabundos e hidalgos, bohemios y ninis, políticos y cazafortunas. Otros trataron de rehuirlo, sin éxito. "Trabajar, siempre trabajar", pensaba un personaje de Roberto Arlt, enfadado con la injusticia del mundo.