El Quijote


Al principio de la guerra civil, Pío Baroja tuvo un encontronazo con los carlistas. Estos no habían tomado demasiado bien que en su Zalacaín les hubiera llamado granujas. El autor de El árbol de la ciencia tuvo que huir a Francia. Allí residió durante cuatro años, hasta que la ofensiva alemana de mayo le obligó otra vez a huir. Acababa de publicar Comunistas, judíos y demás ralea, pero pensaba que éste no sería suficiente aval para Hitler y los nazis. Baroja, cuyas únicas posesiones eran un traje raído y unos zapatos con las suelas rotas, no sabía dónde ir. Tuvo que regresar a España. Para demostrar su lealtad al nuevo régimen, le exigieron, le obligaron a jurar sobre un ejemplar del Quijote. Baroja, ácrata y liberal, ateo recalcitrante, anarquista con corbata, juró con el mismo fervor que si le hubieran puesto delante una novela de Galdós o Unamuno.

Sesenta años después, un presidente español, heredero de esos socialistas a los que tanto despreció Baroja, celebraba por todo lo alto el cuarto centenario de la obra de Cervantes. Este inefable político no hacía más que repetir un aforismo cervantino, sin duda también del gusto de Baroja: “La libertad es el bien más preciado”. El contemplador de nubes decía que Don Quijote tenía una mentalidad progresista, porque protegía a los débiles. Quedaron los españoles tan contentos con este presidente, “desfacedor de agravios y sinrazones”, como Andrés, el pastorcillo al que azotaba su amo, con el caballero manchego: “Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo”.

Así pues, queda claro que el Quijote es un libro que gusta a todos, que todos leen (o dicen que leen) a su manera. Tengo que reconocer que yo no lo soporto, me parece desagradable, insufrible, irritante.

Hace unos diez años me propuse releerlo una vez más. Cuando acabé la Primera Parte, me di cuenta de que lo que más me había gustado, sorprendentemente, había sido la historia del cautivo. Dejé pasar unos días y entonces acometí la Segunda Parte. No pude con ella. Cervantes se burlaba cruelmente del Quijote: soy de los que creen que sólo tenemos derecho a reírnos de nosotros mismos. Casi lo único que salva la Segunda Parte es el episodio del Caballero del Verde Gabán, que trata a Alonso Quijano con benevolencia; sin duda tenía muy presente aquel consejo evangélico de no juzgar (Mateo 7, 1-6). Mientras leía el libro, y antes de dejarlo, pensaba que Cervantes quizá hubiera debido intentar una autoficción: un recaudador de contribuciones, veterano de Italia, lisiado, decide convertirse en el nuevo Amadís o Zifar, profesar el oficio de caballero andante.

Cervantes creía en los valores de los que se estaba burlando: quizá comprendió que eran ideales a los que aspirar pero, ay, incompatibles con los nuevos tiempos. Quizá se estuviera burlando de ellos malgré lui: es como si Lenin o Kalinin o Skriabin hubieran escrito un libro cuyo héroe, un comunista candoroso, recorriera Rusia tratando de convencer a la gente de las bondades de su ideología, fundando cooperativas, repartiendo la riqueza, combatiendo la injusticia y la desigualdad, metiendo la pata continuamente. No, ni Lenin ni nadie del gobierno soviético escribió algo así; y los novelistas que lo hicieron, Bulgákov, Platónov, Bábel, fueron relegados o acabaron en el Gulag.

Ojalá algún día pueda leer el Quijote sin pensar en todos los ropajes ideológicos con que lo han cubierto, como quizá fue concebido, como un libro de humor. Es conocida aquella anécdota del militar español que fue sorprendido mientras lo leía; el insurgente cubano lo requisó como botín de guerra, comenzó a devorarlo y no pudo parar de reír.



Sigo dándole vueltas a lo de Baroja... ¿Sobre qué libro tendría que jurar yo? Sin duda, me convertiría en perjuro si lo hiciera sobre El Aleph. Ahora bien, si me hicieran jurar poniendo la mano sobre El informe de Brodie, tendría que cumplir mi palabra.