Magyarország-Ísland



Estaban emitiendo el partido que enfrentaba a las selecciones de balonmano de Hungría e Islandia. En países tan poco poblados no son muchos los deportes que puedan practicarse ni en que sean competitivos. Además, en el caso de Islandia, el terrorífico invierno impide ejercitarse al aire libre durante muchos meses.

El encuentro era reñido. Los islandeses iban ganando, pero los húngaros no se daban por vencidos. Por alguna razón, yo deseaba que ganara Islandia: suelo preferir las selecciones de los países más pequeños y, por una vez, Hungría jugaba contra un país aún más minúsculo, de hecho diminuto: alguien se hizo famoso en los inicios de su historia por recorrerlo a caballo de norte a sur o de sur a norte, no recuerdo bien, en una sola noche. Además, no se me iban de la cabeza los buenos momentos que me proporcionó hace años la lectura de la saga de Egill Skallagrímsson. ¿Estaría Snorri Sturluson orgulloso de sus descendientes?



Se acerca el final. Los árbitros pitan un penalti contra los húngaros. Queda menos de medio minuto e Islandia gana de uno: Hungría está condenada. Por un momento siento un poco de lástima por los magiares: ellos también han jugado bien, hubieran merecido una presea. Guðjónsson sale del banquillo para lanzar el penalti, se prepara… ¡El portero húngaro detiene el balón! Los islandeses no tienen tiempo para lamentarse, porque los húngaros han contraatacado, tiran a puerta… ¡¡Gol!! ¡¡Los húngaros han dado la vuelta al marcador!!



Se juegan dos prórrogas. Me llaman la atención dos jugadores: Nagy László machaca la meta islandesa, mientras que el veterano Ólafur Stefánsson no deja de lanzar latigazos contra la portería magiar.

Los húngaros consiguen una ventaja de dos goles. Los islandeses no pueden remontar: han perdido. No olvidarán ese penalti fallado por Guðjónsson en los Juegos Olímpicos de Londres...



Para los antropólogos, el deporte surgió como una forma de dirigir, de encauzar la agresividad y la violencia: entre barrios de una misma ciudad, entre ciudades, entre regiones, entre países. “Cualquier deporte parece un trasunto de un combate al que las reglas convierten en juego inhibiendo la violencia dirigida uno contra otro o desviándola y canalizándola en forma de esfuerzo, coraje, persistencia, resistencia, estrategia, etc.” (Honorio Velasco, Expresividad en las culturas, 2008).

He estado repasando la historia de islandeses (vikingos) y húngaros. ¿Hubo algún enfrentamiento o escaramuza entre estos pueblos en el pasado? ¿Algún tropezón? No, no, ninguno. No parece probable que ni siquiera supieran de la existencia del otro pueblo. Húngaros e islandeses emergieron en el mismo periodo: magiares y vikingos atosigaron Europa durante siglos, pero nunca se encontraron. Los vikingos recorrieron las costas y ríos europeos, pero no llegaron al Adriático ni ascendieron el Danubio. Probablemente, la única vez que estuvieron en guerra, virtualmente, fue en el siglo XVII, cuando austriacos y daneses se enfrentaron en la Guerra de los Treinta Años.

El partido no trataba se solventar ninguna antigua rivalidad. A mí me resulta irreal contemplar el encuentro de las selecciones nacionales de balonmano de Hungría e Islandia.