Sir Georg Solti



Georg Solti, uno de los más maravillosos directores de orquesta de la segunda mitad del siglo XX. Grabó las principales obras sinfónicas y gran cantidad de óperas. La discografía de Solti no está llena de esas payasadas tan habituales en Karajan ni sufre la aridez de la de Walter. De sus grabaciones emana una robusta alegría.

Nació en Buda como György Stern. Después de la Gran Guerra, su padre magiarizó su apellido, como era entonces habitual (y preceptivo) en Hungría. Móricz Stern, Mor, padre de György, decidió adoptar el apellido Solti (‘soltiano’), pues la familia procedía de la pequeña población de Solt, situada en la orilla izquierda del Danubio, al sur de Buda.

El joven György Solti pronto inició sus estudios musicales. "Cuando yo tenía trece o catorce años pasé unas vacaciones con mi tío. Una tarde fuimos a una fiesta para que pudiera acompañar a un amigo suyo, un farmacéutico que, además, era cantante aficionado. El amigo cantó el aria “Piff, paff, piff” de Los hugonotes, que yo nunca había oído antes. Encontré la pieza tan graciosa que empecé a reírme con tal fuerza y no pude seguir tocando. El cantante se sintió muy ofendido, mi tío muy avergonzado, y a mí me mandaron a la cama." Poco a poco, entendió que la música era algo serio. Comenzó a destacar como director de obras operísticas; en 1938 dirigió Las bodas de Fígaro. En 1939, aconsejado por su padre, huyó a Suiza. Su familia fue enviada a Auschwitz en 1944.

En 1946 fue nombrado director musical de la Ópera Estatal de Baviera. Germanizó su nombre, demasiado húngaro, algo que era habitual: un siglo antes, sólo en Hungría, era Liszt conocido por su nombre magiar; en el resto de Europa era Franz. Solti, desde luego, no modificó su apellido, no se convirtió en Georg Scholter.

Consideraba que la música estaba hecha para unir a la humanidad, nunca mezcló la política con su trabajo y su pasión. Soslayó el pasado de Richard Strauss: para Solti sólo era uno de los mejores compositores del siglo XX. En el funeral de Strauss, según cuenta en sus memorias, tocó el segundo movimiento de la 2ª de Beethoven y el trío final de El caballero de la rosa. En Estados Unidos se empeñó en dar a conocer a Shostakóvich, que en la URSS había pasado de compositor áulico a maldito, y de maldito a áulico sin solución de continuidad: para Solti sólo era un gran músico.



En 1961, Solti se convirtió en director musical de la Royal Opera House. Siguió siendo Georg, no anglizó su nombre, a pesar de que en 1972 se convirtió en ciudadano británico y, de manera efectiva, en caballero: durante sus últimos años fue conocido como Sir Georg Solti. En 1969 alcanzó la dirección musical de la Orquesta Sinfónica de Chicago: ¡cuántas magníficas grabaciones con este conjunto! ¡Ese grandioso Mahler! Desde luego, los soltimaniáticos admiramos todo lo que salió de su batuta: también nos gusta saborear sus deliciosas memorias. Es divertido aquel encuentro con Yehudi Menuhin en que los dos se dieron cuenta de lo curioso que era que dos músicos judíos estuvieran recorriendo el mundo para dar a conocer la música alemana.

Georg Solti no olvidó la tierra que le vio nacer: trató de dar a conocer en Occidente la obra de Zoltán Kodály, de Béla Bartók, de Leó Weiner.



En julio de 1997 iba a comenzar a dirigir Simón Boccanegra en el Covent Garden cuando una voz en castellano dijo detrás de él: "Son las ocho y tres minutos". Apacible como era, Solti ignoró el comentario y comenzó a dirigir la obertura. Murió dos meses después. Fue enterrado en el cementerio Farkasréti de Budapest, donde también reposan los restos de Bartók y Kodály.