Stephen E. Ambrose


Desde el momento en que supe que Stephen E. Ambrose era un inflexible admirador de Eisenhower decidí que nunca leería sus libros. Desde luego, no cumplí mi resolución, pero los he abordado con un prejuicio tal vez imperdonable que no siento, por ejemplo, cuando me enfrento a los libros de Cornelius Ryan o de Antony Beevor.

Hasta hace años, Eisenhower me parecía uno de los peores generales de toda la historia, pero hace un tiempo decidí que no era un militar en absoluto, sino un mero jefe de suministros: toda su táctica estaba supeditada a la cantidad de armas y combustible que podía llevar al frente, y creo que hizo pellas en la academia militar cuando se estudiaba estrategia. Los alemanes, enfrentándose a ejércitos armados de manera similar, tardaron un mes en conquistar Francia; a los aliados, que superaban a sus enemigos en tanques, municiones y, sobre todo, aviones, les llevó tres largos meses.

Ahora acabo de leer Hermanos de sangre, poco más que una biografía ampliada del mayor Dick Winters, uno de los paracaidistas de la 101ª División. No puedo decir nada sobre unos hombres que, lejos de su país, lucharon y dejaron su vida o su salud para liberar Francia, Bélgica, los Países Bajos y, en último término, la Alemania gobernada por la dictadura nazi. Algunas de las afirmaciones de Ambrose, empero, caen en el ridículo. Escribe, por ejemplo, que la ofensiva alemana de las Ardenas de diciembre de 1944 fue “a una escala mucho mayor” que la lanzada en mayo de 1940. ¿Un ejército casi sin aviones y sin gasolina? Ambrose comienza a enumerar divisiones y divisiones alemanas, sin explicar en ningún momento que éstas eran de un tamaño menor que las estadounidenses.


Justifica los saqueos de una manera vergonzante. “El saqueo era lucrativo, divertido, seguro y totalmente consistente con la práctica de todo ejército conquistador desde los tiempos de Alejandro Magno.” Tenía que haber escrito por lo tanto que el asesinato de prisioneros era consistente con la práctica de todo ejército vencedor desde la batalla de Qadesh. O sólo había que cegarlos, como había establecido el misericordioso Basilio II.

En junio de 1944 Alemania llevaba casi cinco años de lucha. Los soldados veteranos, los mejor entrenados, los de 1939, habían muerto. Los paracaidistas de la 101ª División habían pasado casi dos años de entrenamiento: ¿qué preparación habían recibido los soldados alemanes (o vestidos con el uniforme alemán) a los que se enfrentaron en Normandía, en los Países Bajos, en Bélgica? Ambrose menciona que después de 100 días de campaña un soldado siente fatiga de combate; los alemanes llevaban más de 1.000 días de combate.

La conclusión más sorprendente de Ambrose es que los estadounidenses triunfaron porque eran soldados ciudadanos. La victoria “no se basaba en el equipamiento o la cantidad de armas”, sino en la superioridad moral de los estadounidenses. Dice en varias ocasiones que los alemanes tenían más soldados en el frente occidental que los aliados, pero que estos triunfaron porque luchaba por la democracia. No, señor Ambrose, los estadounidenses vencieron porque estaban mejor armados, mejor alimentados, mejor pertrechados. Hay que agradecer que fueran ellos los que ganaron la guerra, pero no sacar de ese hecho extrañas consecuencias.

Hace unos días dejé las memorias de Gueorgui Zhúkov. Quería leer unas auténticas memorias de guerra y no un libro contaminado por la propaganda. En el fondo, el libro de Stephen Ambrose cojea del mismo pie.