Transcripción del ruso



Si Lenin hubiera decidido, tal como hizo con el calendario, occidentalizar el alfabeto ruso, nos habría ahorrado muchos problemas. En este sentido, el gobierno comunista chino, harto de las decenas de transcripciones que se hacían de su idioma, estableció el pinyin, que hoy en día está más o menos generalizado, aunque, ay, sin acentos ni otros signos ortográficos: pinyin y no pīnyīn, Beijing y no Běijīng. En castellano existe un problema a la hora de transcribir los nombres rusos: no hay un criterio claro. Tradicionalmente se venían utilizando las transcripciones que se hacían en otras lenguas europeas: inglés (Dostoyevsky), francés (Dostoïevski), alemán (Dostojewski). Sin embargo, en estos países ni siquiera se ponían de acuerdo: en inglés, al principio, convivieron el Dostoïeffsky afrancesado y Dostoyeffsky. Turguéniev escribía su apellido Tourguénieff cuando escribía en francés; ahora los galos prefieren Tourgueniev. Los periodistas siempre ha tenido problemas para descifrar el cirílico: durante años, Eltsin y Yeltsin convivieron en la prensa española. En los libros de historia nos encontramos con Kruschov, Jruschov y Jrushchov. Al transcribir el cirílico fonéticamente, resulta claro que habría que utilizar los acentos, pero esto no siempre ocurre: así, hay un Chejov y un Chéjov, un Babel y un Bábel, un Brezhnev y un Brézhnev. Es para volverse loco.

En ocasiones pienso que lo mejor sería utilizar la transcripción que de los nombres y palabras rusas hacen otros idiomas eslavos que emplean el alfabeto latino: polaco (Dostojewski, Turgieniew), checo (Dostojevskij, Turgeněv), serbocroata (Dostojevski, Turgenjev).

Por cierto, los griegos transcriben fonéticamente los nombres extranjeros. Los dos últimos (e inefables) presidentes del Gobierno español se han convertido en Χοσέ Λουίς Ροδρίγκεθ Θαπατέρο y Μαριάνο Ραχόι en el alfabeto heleno.