Empijamadas

Empijamadas por la calle

La entreví en el pasillo de cosméticos. Pensé que llevaba una ropa un poco extraña, pero no le presté más atención. Eché a la cesta varios botes de café, sin el que no puedo vivir. Me di una vuelta para comprar otras cosas que pudiera necesitar. Pasta, tomate frito, yogures. También pan; tenía el congelador lleno, pero esa noche, para celebrar que había llegado el fin de semana, iba a preparar una tortilla, y quería tomarlo recién hecho.

A esa hora, poco más de las cuatro y media, sólo había dos o tres cajas abiertas. Para mi mala suerte, ella estaba en la que me había puesto yo. Ahora no había duda: llevaba puesto un pijama, uno de esos pijamas de vivos colores, de dibujos absurdos. Sí, iba calzada con las zapatillas de casa. La cajera, con el rostro cansado, no le dijo nada; quizá estuviera acostumbrada.


La invasión de pijamas se ha ido extendiendo. La primera vez que vi a gente llevando pijama durante el día fue en el hospital, pijamas descoloridos, gastados de tantos lavados. Ellas, las empijamadas, primero se habían atrevido a llevarlo en la puerta de casa, aunque disimulado debajo de la bata. Más tarde, la moda alcanzó la cancela de los colegios: se debieron preguntar que, si acompañaban a sus hijos en pijama a la entrada, por qué no recogerlos en pijama. Ahora, por lo que veo, el pijama ha llegado a los supermercados. De momento, no he visto a ninguna empijamada en El Corte Inglés, aunque supongo que también entrarán allí: si hasta admiten empleadas con tatuaje.

Yo mismo soy un amante del pijama. Me gusta pasar los días encerrado en casa, en pijama, leyendo, viendo teleseries, pero aún siento un poco de pudor cuando tengo que salir al balcón para colgar o recoger la ropa. Y, desde luego, no se me ocurre bajar a tirar la basura en pijama: nunca lo he hecho y espero no hacerlo nunca.

¿Hasta dónde llegará esta rebelión de pijamas?



El pijama no deja de ser ropa que se lleva en la cama. Nos quitamos la ropa que hemos llevado durante el día, sucia, presumiblemente sudada (al menos, así se nos advertía en Génesis 3, 19), y nos ponemos el pijama. Las empijamadas tratan de decirnos que ellas no han hecho nada, absolutamente nada, durante todo el día. ¿Por qué llevar otra ropa cuando se van a meter en la cama? Quizá tengan dos pijamas, el diurno, más vistoso, y el nocturno, pero no lo creo. Los escritores de ciencia ficción han imaginado porvenires dominados por la tecnología, sociedades utópicas, pero nunca se han atrevido a aventurar que los miembros de la futura sociedad del ocio vestirán pijamas. Sólo pijamas.