Intermitentes

Delante, un coche escalaba la cuesta con dificultad. Miré por el retrovisor: dos luces blancas en la lejanía. Le di al intermitente de la izquierda y salí del carril de vehículos lentos. De pronto, fogonazos en el retrovisor. Terminé de adelantar, le di al intermitente de la derecha y regresé al carril de vehículos lentos. El coche que venía detrás, un todoterreno que no había dejado de darme la luz larga, comenzó a pitarme. Se alejó pitándome. Por el carril de la izquierda. En ningún momento le dio al intermitente.

Me sentí un poco humillado. Mis pobres sentidos de subhumano no me permiten apreciar si un coche, de noche, va por un carril u otro. Los superhombres, como el conductor de ese todoterreno, tienen los sentidos más desarrollados que el resto de los automovilistas. O quizá, como no le funcionaban los intermitentes, tenía que utilizar la luz larga y el pito para avisar a los otros conductores de sus intenciones. Es eso lo que ocurrió: no le funcionaban los intermitentes. Si los hubiera llevado, si hubiera señalizado que se encontraba en el carril de la izquierda, yo no le hubiera hecho perder los nervios, ni desperdiciar dos o tres segundos en su camino hacia ninguna parte.