Los monárquicos españoles (y quizá algunos antimonárquicos) están empeñados en proponer la candidatura a la sucesión de Elena de Borbón, la hija mayor del rey Juan Carlos. La Constitución señala, en su artículo 57, que “la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”. Desde luego, el Título II resulta un tanto contradictorio con lo que se señala en el artículo 14.
Siempre se pone el ejemplo de Suecia, donde el Parlamento reformó en 1980 la ley de sucesión para establecer que a partir de entonces se preferiría siempre la persona de más edad, varón o mujer. Esto provocó que, automáticamente, Victoria, nacida en 1977, desplazara a su hermano Carlos Felipe, que había tenido la mala suerte de nacer en 1979.
Por mi parte pienso que sí, que habría que reformar el Título II de la Constitución, llamarlo Del Presidente de la República.
En cualquier caso, no cuenta Elena con ninguna camarilla; el elenismo tiene un carácter multiforme y los elenistas, como las familias infelices de Tolstói, lo son cada uno a su manera. Los filipinos son un grupo más homogéneo: algunos señalan mordazmente que Felipe cumple la premisa de representación que evidentemente no puede realizar su hermana Elena; recuerdan que ni el conde de Barcelona ni el rey Juan Carlos eran los primogénitos.