El capitán Ross y, al fondo, las Montañas Crocker |
Hacía frío, estaba cansado. Y el dichoso paso, estaba seguro, no existía. Ross se puso el catalejo en el ojo y gritó a sus tripulantes.
—¡¡Hay unas montañas al final del estrecho!!
Todos comenzaron a mirar hacia donde señalaba el capitán, pero no vieron nada. Sólo nubes y el mar ártico. Iban a decirle que las nubes debían haberle confundido. Allí delante seguía el mar abierto, pero el capitán ya se había encerrado en su camarote y señalaba en la carta marina las nuevas montañas. ¿Cómo llamarlas? Ah, sí, Crocker.
Unas semanas después, Ross estaba de vuelta en Gran Bretaña. Allí le esperaba una tormenta que dejaba en poco a las del Ártico. ¡Se atrevían a dudar de la existencia de aquellas montañas! Barrow, el secretario del Almirantazgo, llegó incluso a sugerir que Ross era un cobarde.
—Ha utilizado una lamentable excusa para volver a casa.
¡Diablos, las montañas estaban allí! Ross trató de convencer a todo el mundo, pero nadie le hizo caso. Hasta sus propios oficiales le desautorizaron. Pidió un barco, pero el Almirantazgo le había pasado a la reserva.
Sólo después de muchos años pudo John Ross regresar al Ártico. Buscó y buscó sus montañas, pero no pudo encontrarlas. Temió haber sufrido un encantamiento, una maldición.