Appomattox



Los federales acababan de tomar Richmond y Lee trataba de unir sus tropas a las de Johnston. El Ejército del Norte de Virginia, empero, no era ya aquella gloriosa legión que en septiembre de 1862 y en junio de 1863 había invadido Maryland y Pensilvania. Para entonces, las tropas de Lee habían quedado reducidas a 20.000 desharrapados, que hundían sus pies desnudos en los caminos polvorientos de Virginia.

Marble Man lo había intentado todo para prolongar la lucha. Ahora sólo le quedaba concluir la guerra con honor. En Appomattox, Lee pretendía lograr su última victoria. ¿Se dejaría derrotar Unconditional Surrender tan fácilmente?

El ascenso de Grant
U.S. había conseguido comandar los ejércitos federales después de sus éxitos en el Oeste: Shiloh, Vicksburg, Chattanooga. Alguien le acusó de ser un borracho. "Decidme qué whisky bebe, para mandarle varias cajas a los otros generales", respondió Lincoln. Solía añadir: "Al menos, Grant lucha". Sí, luchaba. En 1864 inició una campaña para conquistar Richmond. Lee se retiró calmadamente e hizo que sus tropas se atrincheraran. Los combates se convirtieron en auténticas carnicerías, hasta el punto de que el presidente tuvo que sugerirle a Grant que detuviera la ofensiva. U.S. no le hizo caso, sólo pedía más y más soldados; aseguraba que la guerra terminaría antes del verano. Regimiento tras regimiento de tropas federales caía.

Lincoln hubiera querido cambiar al comandante supremo, pero alguien en su gabinete le hizo notar que ya había liquidado a demasiados generales: McClellan, Burnside, Hooker, Mead. "En la guerra contra los británicos sólo tuvimos un comandante", le recordaron. "¡Qué pena!", pensó el presidente, que ya estaba a punto de nombrar a Sherman como sustituto de Grant. Debía estarle agradecido: la toma de Atlanta le había permitido revalidar su presidencia. Sherman era un sanguinario, pero al menos la desolación y el horror no recaían en sus tropas sino en los sudistas. "Ellos querían guerra, pues han tenido guerra", decía.

Grant inició una nueva campaña en marzo de 1865. El Ejército del Norte de Virginia estaba diezmado por las enfermedades y las deserciones, faltaban armas, escaseaban las municiones, no había alimentos ni pertrechos, algunos sudistas luchaban desnudos. Lee se dio cuenta de que sus hombres no podían seguir, habían llegado al límite, ni siquiera podían recorrer los cientos de millas que los separaban del Ejército de Tennessee, que todavía resistía en... Carolina del Norte.

La última victoria
Lee se permitió una última victoria sobre Grant. Sí, desde luego, firmaría la rendición incondicional, pero los federales tenían que permitir que los soldados del Sur conservaran su rifle y su caballo, su acémila. En aquella época, las pertrechos militares todavía no tenían esas ominosas siglas, G.I., que indicaban que eran bienes del gobierno. Cualquier robo o hurto, empero, era severamente castigado: ningún soldado de la Unión podía aspirar si quiera a quedarse con un solo cartucho.

-Nuestros caballos pertenecen al ejército de la Unión -respondió U.S. asombrado-. Y también los rifles.

-Mis soldados son granjeros que luchan con sus propios caballos y armas -señaló Lee tranquilo.

Grant, que deseaba que todo acabara de una vez, le hizo un gesto a su escribiente iroqués, Donehogawa (teniente coronel Parker), para que copiara la extraña petición de Lee.

Cuando el general Lee abandonó Appomattox Court House, no podía disimular una sonrisa de satisfacción. Había logrado su última victoria: Grant había reconocido que un ejército moderno se había visto obligado a luchar durante cuatro largos años contra una milicia armada, que le puso en bastantes aprietos. Era como si un aficionado al boxeo le hubiera resistido varios asaltos a un campeón de los pesados.

Lee se vio rodeado por unos pocos soldados.

-¡Conservamos el honor, amigos, conservamos el honor! -les dijo-. Volved a vuestras casas. Podéis llevaros un rifle y vuestro caballo. Volved a vuestras casas. Les hemos demostrado que sabíamos luchar. Ahora todo ha acabado.

Grant tuvo ocasión de lamentarse porque la guerra hubiera llegado a su fin. Él era un soldado, sólo un soldado. Después de abandonar el ejército en 1854, había fracasado en todos los negocios que había intentado. En 1869, se convirtió en presidente de los Estados Unidos. Los norteamericanos se consuelan pensando que no fue el peor militar que llegó a la presidencia: quizá fue el segundo peor.

Y siempre, siempre, Ulysses S. Grant envidió a Robert E. Lee.