Complejo de Wellington



Se ha fundado un complejo en una falsedad: en la corta estatura de Napoleón. Es cierto que le llamaban el Pequeño Caporal, que sí, que no podría haber sido guardia de corps (sólo elegían a hombres gigantescos), pero Napoleón no era un hombre bajo: está comúnmente aceptado que medía 169 centímetros. Por otra parte, se hace necesario apuntar que Napoleón nunca odió a nadie, quizá sólo a Talleyrand y a Bernadotte; tal vez sintió celos (profesionales) de Davout, que en Auerstädt aplastó brillantemente a los prusianos. 

Debería hablarse más bien de complejo de Wellington: el duque inglés quería ser Napoleón. Ganó cierta notoriedad por vencer en algunas escaramuzas a tropas francesas de segunda línea en España. Fue hecho duque después de ser derrotado en Albuera (típico humor inglés): así pudo abandonar ese apellido Wellesley con el que había tratado de borrar el plebeyo Wesley paterno. En Waterloo, consiguió, sí, derrotar a Napoleón; no fue desde luego la única derrota del corso, sólo la última. El emperador de los franceses tenía 50.000 soldados menos, tantos como los que llevó Blücher a la batalla. De hecho, el duque inglés insistió en llamar a la batalla de esa manera, y no La Belle Alliance, porque este nombre, sospechaba, sugeriría un triunfo anglo-prusiano: no, Wellington quería que Waterloo fuera recordado como una victoria de Wellington. 

Fue el duque quien sugirió que Buonaparte (así le llamó siempre) fuera recluido en alguna tierra lejana: todos pensaban que el emperador destronado estaría mejor en alguna prisión británica, pero el duque quería humillar a su rival. 

—Llevadle a Nueva Gales del Sur —dijo cuando le preguntaron. 

Le dejaron en una isla en medio de ninguna parte. 

Librado de Napoleón, Wellington se presentó en París, donde se empeñó en acostarse con mujeres de las que se decía que habían sido amantes de su envidiado enemigo. Intentó llevarse a la cama a Maria Walewska, pero la bella polaca le dio calabazas. El complejo siguió el resto de los años de vida del duque: comenzó a adquirir objetos que habían pertenecido al emperador de los franceses, a leer libros que hablaban de su rival. 

Todo acabó con la muerte de Wellington. Casi todo. En su testamento, el duque dejó una pequeña suma a un hombre que había intentado asesinar a Napoleón.

Hoy en día, sólo se recuerda a Wellington como el vencedor ventajista de Napoleón. El corso nos ha legado el Código Civil, algunos bellos edificios de París, la egiptología,  a Julien Sorel.