Asesinos en serie



Borges escribía en La muerte y la brújula que “la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante”. La literatura y el arte nos han acostumbrado a asesinos en serie interesantes, que parecen discípulos de De Quincey. La realidad demuestra que los asesinos en serie son seres despreciables, que se consideran por encima de la moral general, que llevan una vida insignificante que parecen justificar con sus asesinatos. Desde luego, el misterioso Jack el Destripador ha ayudado a crear una imagen de los asesinos en serie literarios: se mueve en la sombra y, si puede, se burla de la policía, incapaz de atraparle. Pero, ¿fue un asesino en serie? Un asesino en serie no puede dejar de matar y Jack dejó de cometer sus crímenes.

En libros y películas, los asesinos en serie suelen ser seres calculadores. Thomas Harris, incluso, hizo tan amable a su doctor Lecter que éste se acabó convirtiendo en protagonista de los últimos libros de la serie. En Mr. Brooks, una película que me sigue pareciendo magnífica, el protagonista continuamente está hablando con su conciencia. Dexter es un asesino en serie que ¡trabaja como analista para el Miami Police Department! Uno de los rivales a los que se enfrenta es su propio hermano y otro, un asesino que comete sus crímenes en ciclos de tres y que es perseguido por un agente del FBI apellidado... Lundy. Hay más realismo en una novela de ciencia ficción que en Dexter. En Seven, el asesino mata a gente que ha violado los siete pecados capitales; la película ha envejecido mal. Los asesinos seriales actúan de la misma forma arbitraria que Henry, el protagonista de Henry, retrato de un asesino. Es interesante Citizen X, que describe la persecución de Chikatilo; aunque en la película se señala que la labor policial fue encomiable, a mí no me parece meritoria una investigación que se desarrolló durante doce años (entre 1978 y 1990). Casi el único retrato que me satisface de un asesino en serie es el que se hace en La hora estelar de los asesinos, de Pavel Kohout: además, en el libro se contrapone de una manera curiosa el asesinato criminal y el asesinato político y racista de los nazis.



Generalmente, los asesinos en serie, como decía James Ellroy, son bastante prosaicos. En los años 70, el FBI comenzó a utilizar la expresión. Era la época de Ted Bundy. La mejora de las técnicas policiales les hizo darse cuenta de que había asesinos que repetían una y otra vez su modus operandi y parecían sentir un impulso irrefrenable a matar. Llegaron a la conclusión de que los asesinos en serie necesitaban la gratificación psicológica que le proporciona la muerte de sus víctimas. Hoy en día, gracias a los avances de las técnicas forenses, un asesino en serie no puede cometer más allá de dos o tres asesinatos antes de ser capturado; hecatombes como las que se producían hace cuarenta años ya no son posibles en los países occidentales.

En España, asesinos en serie fueron Juan Díaz de Garayo, el Sacamantecas, Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, que confesó haber matado a 47 personas, Francisco García Escalero, matamendigos, Joaquín Ferrándiz, que asesinó a cinco mujeres. Uno de los últimos asesinos en serie arrojados a prisión fue Santiago del Valle, pederasta que debería haber estado en prisión. El único sentimiento que mostró fue el de enfado por perder la paga que venía recibiendo del Estado; no hacía más que preguntar si la iba a seguir recibiendo en la cárcel. Hasta alardeó ante uno de los imputados del Caso Malaya de que su condena por matar a una niña había sido pequeña.

Lo que realmente me interesa es saber de asesinos en serie antes de la era de los asesinos en serie. ¿Lo eran los sacamantecas de antaño? ¿Se refugiaban en el ejército, donde sus crímenes no sólo no se castigaban sino que eran alentados? Sólo unos pocos nombres se conservan: Calígula, Gilles de Rais, Isabel Báthory. ¿Había asesinos en serie entre los castellanos que marcharon a las Indias? El comportamiento de alguno de ellos así lo sugiere. ¿Y entre los soldados azules que masacraron a los indios norteamericanos?



Caso curioso es el de Agapito García Atadell, tipógrafo socialista, que a principios de la Guerra Civil dirigió en Madrid una Checa, la Brigada del Amanecer. Buñuel, que le conoció en París, lo describe así: "García no era más que un bandido, un canalla, pura y simplemente, que se proclamaba socialista". La guerra sirvió para que pudiera robar, violar y matar impunemente. En noviembre de 1936 se presentó en París con un botín de 25 millones de pesetas y con la intención de huir a Hispanoamérica. El embajador de la República sentía tanto desprecio por él que, a través de una embajada neutral, informó a los nacionales de que su barco iba a hacer escala en Canarias. Fue apresado y ajusticiado en julio de 1937. ¿Cuántos como García Atadell hubo en los dos bandos durante la guerra?