Llegué a casa y, después de calentar la comida en el microondas, encendí el televisor. Noticias y más noticias. No las soporto. En un canal emitían una película de época. Comencé a verla. Tuve que comprobar varias veces el título. Sí. Tempestad sobre el Nilo. No me lo podía creer. ¡Si se trataba de Las cuatro plumas! Pero aquellos actores… En una pausa, mientras calentaba agua para el café, aclaré el misterio en internet. Sí, era la película de Zoltan Korda, el jingoísta director británico nacido por accidente en Hungría, pero no la clásica, la de 1939, sino otra, estrenada en 1955. Me resultó incomprensible: ¿por qué hacer un remake utilizando el mismo guión, los mismos planos, las mismas imágenes de vociferantes nativos sudaneses?
Al final, una sobremesa de reposo me sirvió para reflexionar sobre lo absurdo de los remakes, el Sudán anglo-egipcio, el triste destino cromwelliano de la calavera del Mahdi, el etnocentrismo…, aunque no con muchas ganas de escribir sobre todo eso.