Murieron casi treinta nativos por cada soldado occidental. No, no me refiero a Isandhlwana o Rorke’s Drift, sino a la batalla de Mogadiscio. Vi las imágenes por televisión de los soldados estadounidenses arrastrados por la multitud, pero nunca entendí la indignación que generaron en Estados Unidos: después de todo esa era la intención de los somalíes. ¡Qué esperaban!
Powell señaló que la muerte de dieciocho soldados estadounidenses ni siquiera hubiera sido objeto de una rueda de prensa. Incluso hoy en día, la muerte en atentado de dieciocho soldados estadounidenses en Iraq o Afganistán tampoco llamaría tanto la atención de los medios. En cualquier caso, la muerte de esos soldados fue dramática, terrible.
Cuando vi Black Hawk Down por fin fui consciente de lo que aquel día de octubre había sucedido en Mogadiscio. También me llamó la atención el tratamiento que se daba en la película a los somalíes, casi como a los insectos de Starship Troopers o los orcos de El señor de los anillos. Hace poco leí el libro de Mark Bowden. Menciona, sí, los quinientos muertos somalíes y los heridos, pero los cosifica. Sólo escribe el nombre de dos de los muertos somalíes, Ahmad Sheik e Ismael Ahmed, empleados del garaje de Kassim Sheik Mohamed; se apresura a señalar que éste era miembro del clan Habr Gidr, cuyo líder era Aidid. Al resto de los muertos somalíes sólo les dedica unas líneas, son anónimos. No son víctimas, sino victimarios.
Mark Bowden se desplazó a Mogadiscio cuando preparaba el libro y entrevistó a algunos somalíes, tanto espectadores pasivos de la batalla como combatientes. Sin embargo, mientras que se pueden seguir las quince o dieciséis horas de batalla de decenas de soldados estadounidenses no sabemos qué pasó con los somalíes. ¿Qué sintió Abdiaziz Alí Aden durante todo ese tiempo? ¿Qué le sucedió a Yousef Dahir Mo’alim después de que le arrebataran al piloto americano capturado? Por no mencionar, Bowden no menciona al soldado malayo caído en la batalla; de todos modos, tampoco presta demasiada atención a los veinticuatro soldados pakistaníes muertos cuatro meses antes. Do they not bleed?
Trato de interpretar la moraleja del libro. ¿No se pueden desperdiciar vidas de soldados estadounidenses, de estadounidenses, de estadounidenses blancos? ¿No hay que preocuparse por los problemas de los países del tercer mundo, de los países del tercer mundo pobres?
A los estadounidenses les sorprendió que los somalíes fueran capaces de derribar dos monstruosos y caros Black Hawk y de averiar otros dos con modestos y baratos RPG. Estos lanzagranadas eran utilizados como armas tierra-aire en Afganistán desde hacía diez años. En los siguientes veinte años, ese país seguiría siendo un problema para Estados Unidos.
Powell señaló que la muerte de dieciocho soldados estadounidenses ni siquiera hubiera sido objeto de una rueda de prensa. Incluso hoy en día, la muerte en atentado de dieciocho soldados estadounidenses en Iraq o Afganistán tampoco llamaría tanto la atención de los medios. En cualquier caso, la muerte de esos soldados fue dramática, terrible.
Cuando vi Black Hawk Down por fin fui consciente de lo que aquel día de octubre había sucedido en Mogadiscio. También me llamó la atención el tratamiento que se daba en la película a los somalíes, casi como a los insectos de Starship Troopers o los orcos de El señor de los anillos. Hace poco leí el libro de Mark Bowden. Menciona, sí, los quinientos muertos somalíes y los heridos, pero los cosifica. Sólo escribe el nombre de dos de los muertos somalíes, Ahmad Sheik e Ismael Ahmed, empleados del garaje de Kassim Sheik Mohamed; se apresura a señalar que éste era miembro del clan Habr Gidr, cuyo líder era Aidid. Al resto de los muertos somalíes sólo les dedica unas líneas, son anónimos. No son víctimas, sino victimarios.
Mark Bowden se desplazó a Mogadiscio cuando preparaba el libro y entrevistó a algunos somalíes, tanto espectadores pasivos de la batalla como combatientes. Sin embargo, mientras que se pueden seguir las quince o dieciséis horas de batalla de decenas de soldados estadounidenses no sabemos qué pasó con los somalíes. ¿Qué sintió Abdiaziz Alí Aden durante todo ese tiempo? ¿Qué le sucedió a Yousef Dahir Mo’alim después de que le arrebataran al piloto americano capturado? Por no mencionar, Bowden no menciona al soldado malayo caído en la batalla; de todos modos, tampoco presta demasiada atención a los veinticuatro soldados pakistaníes muertos cuatro meses antes. Do they not bleed?
Trato de interpretar la moraleja del libro. ¿No se pueden desperdiciar vidas de soldados estadounidenses, de estadounidenses, de estadounidenses blancos? ¿No hay que preocuparse por los problemas de los países del tercer mundo, de los países del tercer mundo pobres?
A los estadounidenses les sorprendió que los somalíes fueran capaces de derribar dos monstruosos y caros Black Hawk y de averiar otros dos con modestos y baratos RPG. Estos lanzagranadas eran utilizados como armas tierra-aire en Afganistán desde hacía diez años. En los siguientes veinte años, ese país seguiría siendo un problema para Estados Unidos.