Toma de la Bastilla




La fiesta nacional nos dice mucho del país que la celebra. Los alemanes, por ejemplo, conmemoran la unificación del país un 3 de octubre. El día más importante para los británicos es el 21 de abril, natalicio de Isabel II. El 2 de junio es el Día de la República para los italianos: votaron en un referéndum la abolición de la monarquía. En España se celebra el 12 de octubre la llegada a la minúscula isla de Guanahani de un marino genovés. Los polacos celebran el 11 de noviembre la recuperación de la independencia total después de 123 años. La fiesta nacional checa coincide con la onomástica de San Wenceslao, el 28 de octubre; Wenceslao I de Bohemia es famoso porque entregó 129 vacas a un rey alemán, Enrique el Pajarero, para evitar que éste invadiera el país (quizá Beneš o Hácha hubieran debido ofrecer a Hitler cuarenta o cincuenta tanques Škoda). Los griegos tienen una inflación de días nacionales: el 25 de marzo conmemoran la independencia del Imperio Otomano y el 28 de octubre, el rechazo al ultimátum de Mussolini. En los países hispanoamericanos, el día nacional suele coincidir con la proclamación de la independencia o del levantamiento contra los españoles. Estados Unidos, en fin, celebra el 4 de julio el día de la independencia, aunque fue el 2 cuando el Congreso votó la independencia y, un mes después, el 2 de agosto, cuando se firmó la Declaración de Independencia: bueno, Thomas Jefferson y John Adams murieron un 4 de julio.

En Francia, el día de la fiesta nacional celebra la toma de la Bastilla por el populacho de París, el 14 de julio. ¿Qué sucedió aquel día? Murieron asesinados dos o tres soldados inválidos, que habían sobrevivido a las balas inglesas y prusianas, y fueron liberados varios criminales, falsificadores de moneda y pervertidos sexuales. ¿Qué país serio puede festejar algo así?

El 20 de junio de 1789, los representantes del tercer estado en los Estados Generales, encontrando la estancia donde se reunían cerrada, se dirigieron a la Sala del Juego de la Pelota y se constituyeron en Asamblea Nacional: ¡los representantes del pueblo estaban por encima del rey! Al parecer, este acontecimiento, fundamental en la historia de Francia y de Europa, resulta accesorio para los franceses de hoy.



¿Tanta importancia se da al populacho en Francia? No, ni mucho menos: depende del objetivo de su ira desaforada. El 3 de octubre de 1795 una manifestación recorría las calles de París; los miembros de la Convención estaban aterrados, pues los alborotadores se dirigían al Palacio de las Tullerías. Un oficial de artillería se hizo con la situación: ordenó cargar los cañones con metralla y disparó indiscriminadamente contra la multitud. Seis años antes, la actitud del gobernador de la Bastilla había sido muy diferente: Bernard-René de Launay, el alcaide, había tratado de conferenciar con la multitud; sólo consiguió ser apuñalado, que le aserraran la cabeza y que, puesta en una pica, la pasearan por todo París.