Paso del Noroeste




Durante años, algunos pensaron que el libro de Marco Polo estaba lleno de patrañas. Otros, en cambio, lo leían como si fuera un oráculo. Colón llevó un ejemplar en su primer viaje: varias veces anotó que había encontrado a los súbditos del Gran Mongol y llegó a reseñar que Cipango (Cuba) era diferente a como la había descrito el veneciano.

Poco a poco, los castellanos tuvieron que rendirse a la evidencia de que allí, en medio del océano, había un nuevo continente. Fue Magallanes el primero en encontrar un paso entre el Atlántico y el mar del Sur. Al norte, Hernán Cortés, marqués del Valle de Oaxaca, encargó en 1539 a Francisco de Ulloa que hallara el estrecho de Anián, mencionado por Marco Polo. Ulloa navegó por el mar de Cortés (golfo de California) y alcanzó la desembocadura del río Colorado. Rodeó la península de California y siguió navegando hacia el norte. No se sabe qué tierras descubrió, pues no se tuvieron más noticias de él. Durante los siguientes siglos, los europeos estuvieron obsesionados por encontrar un pasaje que comunicara el Atlántico y el Pacífico: el Paso del Noroeste.

En 1579, Francis Drake atacó las posesiones españolas en el Perú y, para evitar dificultades en el camino de vuelta, trató de atravesar el paso. Sólo halló cascotes de hielo y oscuridad, por lo que tuvo que tomar rumbo oeste. Se acabó convirtiendo de esa manera tan azarosa en el primer marino inglés que dio la vuelta al mundo.



Henry Hudson intentó hallar el paso a comienzos del siglo XVII. Quizá lo lograra; alguien dijo de él que "su valor estaba a prueba de todos los sucesos". En junio de 1611, su tripulación estaba un tanto disgustada porque se había visto obligada a pasar el invierno en el Ártico y no quería seguir buscando el fabuloso pasaje. Embarcaron a Hudson en una chalupa.

-¡Puedes buscar el paso, viejo! -le gritaron.

Desgraciadamente, nunca sabremos si Hudson lo consiguió.

Cuando llegaron a Inglaterra, los marineros alegaron que Hudson se había vuelto loco. No fueron castigados.

Unos años después, William Baffin tuvo que abandonar al poco de iniciar su expedición. Durante varias semanas estuvo costeando una isla, la quinta más grande del mundo, que años después recibiría su nombre. Para los esquimales, empero, esta isla sigue siendo Qikiqtaaluk.

En mayo de 1619, el noruego Jens Munk y 64 marineros partieron de Copenhague a bordo del Unicornio y el Lamprea. Munk y tres marineros arribaron derrengados a Bergen a bordo del Lamprea en septiembre de 1620. Por supuesto, fue encarcelado por perder una fragata real. Posteriormente publicó la terrorífica narración de su travesía: frío, hambre, escorbuto en el invierno que pasó en Nova Dania. Cristián IV de Dinamarca nunca reivindicó la soberanía de las tierras exploradas por Munk: no quería otro mazacote de hielo como Groenlandia.



Poco a poco, los europeos llegaron a comprender que alcanzar el Paso del Noroeste era peligroso, una quimera. En el siglo XVIII, para animar a los navegantes, el gobierno británico prometió 20.000 libras esterlinas al que consiguiera encontrar el pasaje. Nadie logró ganar el premio.

En 1791, Malaspina intentó hallar el paso. Se adentró en una bahía y, al cabo de unos días de navegación, se encontró con un glaciar monstruoso.  "Fuimos decepcionados, pero encontramos la verdad de la mano de la experiencia." Bautizó el lugar como Bahía del Desengaño. Años después, Vancouver, un navegante inglés, llamaría al glaciar con el nombre del desencantado marino italiano que había servido en la flota española.

Los marinos británicos, a lo largo de todo el siglo XIX, no buscaron el Paso del Noroeste, sino a otros marinos británicos que se habían perdido buscando el Paso del Noroeste.

A principios del siglo XX, otro noruego, Roald Amundsen, para huir de sus acreedores, decidió buscar el Paso del Noroeste. ¡Y lo logró! Fue el primero en cruzar las regiones septentrionales de América. Lo hizo en un barco minúsculo y tardó tres años (1906-1909): su ruta, empero, no era práctica desde el punto de vista comercial.

En el verano del año 2000, varios barcos pudieron atravesar el Paso del Noroeste. El cambio climático había abierto, por fin, un pasaje transitable sin la ayuda de los rompehielos. El estrecho de Anián había sido traspasado. Y los panameños se enfurruñaron.