Es inevitable que un deporte se convierta en el predilecto. En la Roma antigua eran las carreras de cuádrigas, la gente sólo necesitaba "panem et circenses". En algunos países el deporte favorito es el calmoso críquet, en otros el baloncesto, el béisbol, la lucha clásica, el polo. En la URSS los ciudadanos practicaban el ajedrez, que les servía para evadirse de la torva realidad. En todo el mundo el fútbol es el rey de los deportes. También el más aburrido.
No sé si el fútbol ha cambiado en los últimos años, si han aprobado una nueva regla que lo haya vuelto más entretenido. Reconozco que, cuando están retransmitiendo un partido o comienzan las noticias deportivas, que sólo se ocupan del futbol, cambio de canal o apago el televisor. Admito que veto los canales que emiten noticias de fútbol; no puedo soportar que los titulares de un telediario sean que han muerto quince personas en Siria, que un tifón ha asolado Filipinas, que hay cincuenta y tres mil parados más, que a un jugador del Madrid o del Barça le ha salido un uñero. Hace mucho tiempo que vi mi último partido. Llegué a la conclusión de que el fútbol es aburrido y tedioso, insufrible. Todos los partidos son insoportables. Estoy de acuerdo con el filósofo Bustos Domecq, que aconsejaba retransmitir falsos partidos por la radio o, simplemente, inventar los resultados, que es lo único que importa a mucha gente.
Pocos se atreven a criticar el fútbol. Hacerlo te convierte en un paria social. Gadafi se atrevió en su Libro verde ("los miles que se apiñan en los estadios para ver, aplaudir y reír son personas estúpidas que han fracasado en llevar a cabo la actividad por sí mismos") y más tarde tuvo que aguantar que uno de sus hijos se convirtiera en futbolista.
Aunque no siempre se pueda estar de acuerdo con Eduardo Galeano, esta vez, en su maravilloso El fútbol a sol y sombra, acertó plenamente. "El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía."
Los europeos están preocupados porque el soccer no termina de triunfar en los Estados Unidos. Allí no están para tonterías. Quieren deportes más dinámicos, no empalagosos contoneos de noventa minutos de duración; leí que un retorcido carcelero de no sé qué prisión federal obligaba a los reclusos a contemplar aburridos partidos de la Serie B italiana. Los estadounidenses tienen su propio fútbol, el fútbol americano. Los europeos no entienden un deporte en que sólo se juega después de cinco minutos de cuidadosa preparación de estrategias, de lenta colocación de jugadores; las jugadas duran apenas unos segundos. Unos segundos gloriosos. En el fútbol, un jugador del equipo A le pasa la pelota a un compañero, que avanza, se la pasa a otro, sale fuera, saca el equipo B, la pelota está dividida, alguien da un patadón, acaba en el área del equipo A, el portero la entrega a un defensa que le da un patadón, la recoge un defensa del equipo B, la pasa a un centrocampista, que levanta la cabeza y busca un pase, golpea la pelota, la despeja un defensa del equipo A. Me aterra que el demonio, en el infierno, nos pueda castigar obligándonos a mirar un partido de fútbol eterno.
No sé si el fútbol ha cambiado en los últimos años, si han aprobado una nueva regla que lo haya vuelto más entretenido. Reconozco que, cuando están retransmitiendo un partido o comienzan las noticias deportivas, que sólo se ocupan del futbol, cambio de canal o apago el televisor. Admito que veto los canales que emiten noticias de fútbol; no puedo soportar que los titulares de un telediario sean que han muerto quince personas en Siria, que un tifón ha asolado Filipinas, que hay cincuenta y tres mil parados más, que a un jugador del Madrid o del Barça le ha salido un uñero. Hace mucho tiempo que vi mi último partido. Llegué a la conclusión de que el fútbol es aburrido y tedioso, insufrible. Todos los partidos son insoportables. Estoy de acuerdo con el filósofo Bustos Domecq, que aconsejaba retransmitir falsos partidos por la radio o, simplemente, inventar los resultados, que es lo único que importa a mucha gente.
Pocos se atreven a criticar el fútbol. Hacerlo te convierte en un paria social. Gadafi se atrevió en su Libro verde ("los miles que se apiñan en los estadios para ver, aplaudir y reír son personas estúpidas que han fracasado en llevar a cabo la actividad por sí mismos") y más tarde tuvo que aguantar que uno de sus hijos se convirtiera en futbolista.
Aunque no siempre se pueda estar de acuerdo con Eduardo Galeano, esta vez, en su maravilloso El fútbol a sol y sombra, acertó plenamente. "El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía."
Los europeos están preocupados porque el soccer no termina de triunfar en los Estados Unidos. Allí no están para tonterías. Quieren deportes más dinámicos, no empalagosos contoneos de noventa minutos de duración; leí que un retorcido carcelero de no sé qué prisión federal obligaba a los reclusos a contemplar aburridos partidos de la Serie B italiana. Los estadounidenses tienen su propio fútbol, el fútbol americano. Los europeos no entienden un deporte en que sólo se juega después de cinco minutos de cuidadosa preparación de estrategias, de lenta colocación de jugadores; las jugadas duran apenas unos segundos. Unos segundos gloriosos. En el fútbol, un jugador del equipo A le pasa la pelota a un compañero, que avanza, se la pasa a otro, sale fuera, saca el equipo B, la pelota está dividida, alguien da un patadón, acaba en el área del equipo A, el portero la entrega a un defensa que le da un patadón, la recoge un defensa del equipo B, la pasa a un centrocampista, que levanta la cabeza y busca un pase, golpea la pelota, la despeja un defensa del equipo A. Me aterra que el demonio, en el infierno, nos pueda castigar obligándonos a mirar un partido de fútbol eterno.