Cartagena de Indias



No hay acuerdo sobre la fecha de la fundación de Tiro, la metrópoli fenicia: Herodoto, que la vio todavía en su esplendor, asegura que tenía más de dos mil años, pero los arqueólogos están empeñados en señalar que los primeros edificios se levantaron en torno al año 1300 a.C., apenas novecientos antes de la visita del curioso historiador griego. La antigua urbe se situó en una isla frente a la costa. Los fenicios fundarían en Occidente otra ciudad con la misma disposición: Gadir.

De lo que no hay duda es de cómo cayó Tiro: Alejandro de Macedonia la estuvo asediando durante siete largos meses y sólo pudo conquistarla después de construir un istmo artificial que todavía existe. Ni siquiera los persas le dieron tantos problemas. Eso explica el destino que Alejandro tenía reservado a los tirios: fueron vendidos como esclavos. Llegaron carios para repoblar la ciudad.



En el siglo IX a.C., los fenicios fundaron una ciudad en África, la Nueva Tiro: la llamaron Qart Hadašt ('nueva ciudad'). Algunos tirios se refugiaron en la urbe occidental cuando cayó su ciudad y Cartago acabó convirtiéndose en la gran potencia económica del Mediterráneo occidental: fundó colonias en Sicilia, en Cerdeña, en Hispania, y se empeñó en una guerra a muerte con una ciudad latina, Roma.

Cartago estuvo amenazada durante la primera y segunda guerras púnicas, pero los romanos no pudieron conquistarla: Melqart, indudablemente, la protegía. Después, durante más de treinta años, Catón no dejó de gritar: "Delendam Carthaginem, delendam Carthaginem!". Eso fue lo que hicieron los romanos el año 146. La ciudad fue destruida totalmente, vendidos como esclavos sus habitantes, borrada su memoria. No hay ejemplo en la historia universal de una derrota tan atroz.

Más de un siglo después, Augusto fundó allí una colonia, Iulia Carthago, para lo que llevó a latinos e italianos. Llegó a ser una de las cinco urbes más importantes del Imperio. Esa ciudad se convirtió años después en capital del reino vándalo. Bajo dominio bizantino conoció un esplendor postrero. En 698 la conquistaron los árabes y posteriormente, en 705, la arrasaron.



Un general cartaginés, Amílcar Barca (Hamelqart Baraq, 'Hermano de Melqart, el Trueno'), estaba enfurecido por la derrota de su ciudad. Había luchado en Sicilia contra los romanos, a los que odiaba. Decidió marchar a Hispania y preparar la venganza: firmó pactos con príncipes indígenas, fundó ciudades, trató de explotar las riquezas mineras de la tierra, comenzó a armar un ejército. Soñaba con conquistar Roma, pero acabó pereciendo frente a las murallas de Helica. Después de su muerte, el mando pasó a su yerno Asdrúbal.

En 225, cerca de unas minas de plata que prometían riquezas infinitas, Asdrúbal fundó... Qart Hadašt, la ciudad que los romanos llamarían Carthago Nova, que fue la árabe Qartayannat y que se convertiría en Cartagena. Polibio la describe así: "El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar." Aníbal suceció a su cuñado en 221 y pronto inició la ardua campaña italiana.

En el año 209, mientras Aníbal se hallaba todavía en Italia, Escipión conquistó Carthago Nova. Polibio y Livio escriben que atacó la ciudad de la manera más imprevisible. "Algunos pescadores que habían faenado allí le indicaron que el lago era muy fangoso y que se podía vadear casi por todas partes cada día, principalmente a la hora del crepúsculo vespertino, en que normalmente había un reflujo." Algunos historiadores modernos dudan de la existencia de esas mareas en el Mediterráneo, pero no tienen en cuenta que Escipión aseguró a sus soldados que el propio Neptuno les había prometido su ayuda...

Aún sufriría Cartagena dos cercos más: en 1245 la conquistó Alfonso de Castilla después de un duro asedio. Seis siglos después, los cartageneros, quizá añorando su perdida independencia, se constituyeron en cantón independiente (julio de 1873). "¡Cantonales: República o muerte! ¡Viva España y la Federación!", gritaban. Se hicieron con el control de la escuadra, acuñaron moneda, liberaron a los presos e iniciaron la conquista del interior. El sueño cantonal terminó pronto: las tropas realistas, después de un corto sitio, entraron en la ciudad en enero de 1874.



Un matasiete madrileño, Pedro de Heredia, se empeñó en un duelo con otros bravucones. Un tajo artero le dejó sin un trozo de nariz y los fanfarrones, entre risotadas, dejaron que se desangrara. Pero no se desangró. Un galeno, sin duda marrano, logró, más o menos, reconstruir la nariz de Don Pedro, injertando un trozo de carne del brazo. El espadachín no podía permitir que quedaran impunes e incólumes los que le habían inferido tal mutilación. Perpetrada su venganza, tuvo que huir, como muchos otros, a las Indias.

Allí buscó esas riquezas que parecían rehuir a la mayoría de los castellanos y acabó fundando en 1533 la ciudad de San Sebastián de Calamar. El cartógrafo Juan de la Cosa, observando que la ubicación era perfecta para un puerto, propuso que la ciudad fuera rebautizada como Cartagena de Indias.

La riqueza de la ciudad llegó a ser proverbial en Europa. A lo largo de su historia colonial sufrió varios asaltos y asedios. En 1586 fue atacada por Francis Drake. El pirata inglés comenzó a derribar columnas de la iglesia principal y amenazó con echarla abajo si no le entregaban toda la plata y riquezas que hubiera en Cartagena.

En 1697, Cartagena sufrió el más terrible desastre de su historia: una flota francesa, comandada por Jean-Bernard de Pointis, tomó a traición los fuertes y entró en la ciudad. Luis XIV quería apoderarse de toda la región, pero Pointis se vio obligado a abandonarla pronto: una epidemia estaba diezmando a sus tropas y la flota española se estaba aproximando. Antes de zarpar, empero, exigió a los cartageneros, a cambio de sus vidas y honra, la entrega de todos los tesoros: un rescate digno de Saladino. Algunos años después, Luis XIV devolvería parte de esas riquezas: para entonces su nieto Felipe era rey de las Españas.

En 1741, el inglés Vernon imaginó que, lo que había resultado fácil a un francés, sería sencillo para un inglés. Reunió una flota que superaba a la de Felipe II y puso rumbo a Cartagena de Indias. Vernon soñaba con conquistar la ciudad, Nueva Granada, toda la América española; antes de partir acuñó medallas celebrando la conquista de Cartagena. Posteriormente, en su tumba hizo grabar este epitafio: "He subdued Chagre and at Cartagena conquered as far as naval forces could carry victory". Vernon, efectivamente, logró adentrarse en la bahía, pero sus tropas, desalentadas por la feroz resistencia de los defensores, no pudieron ocupar San Felipe, el último castillo de los españoles.

Desde entonces, los orgullosos habitantes de Cartagena la llamaron la Ciudad Heroica.